Una consecuencia innevitable de salir de casa todos los días es que hay que enfrentarnos a la gente que está allá afuera, ese colectivo anónimo que llamamos sociedad. Una sociedad, considerado como una aglomeración de gente, tiende a desarrollar ideas y manías que les ayudan a convivir (o cohexistir) con la menor fricción posible. A estas les llamamos cultura social.
Normalmente esta cultura nace y se alimenta de si misma creando modismos, formas de hablar, fanatismo y rechazo a ciertas cosas o ideas, todo con el fin de llevar la fiesta en paz con el resto del mundo. Este proceso de creación, retroalimentación y crecimiento se da de forma natural y orgánica, o por lo menos así era hasta hace poco, cuando se descubrió que era posible influir en las personas a través de los medios masivos como la radio, la televisión, los libros o la Web.
¿Por qué querría alguien modificar artificalmente la cultura? Básicamente, por dinero. Las nuevas tendencias en mercadotecnia suelen en algunos casos ser terriblemente agresivas y quieren colar productos o servicios a como dé lugar en la psique de sus mercados potenciales. Ahí tenemos como ejemplos, sin ir muy lejos, a Britney Spears o a Paris Hilton (para los rucos, ahí tienen a Milli Vanilli o C+C Music Factory), manejadas no como personas, cantantes o actrices, sino como productos empacados y procesados para su consumo masivo, por medio de la técnica de exposición-repetición-enajenación.
Es realmente triste ver como la gente en general se deja llevar por modas, por anuncios o por lo que la publicidad ‘les dice’ y se ajustan a estos cánones artificiales sin pensarlo una vez siquiera y se dejan llevar en modas absurdas.
Es difícil ser uno mismo cuando se encuentra metido entre un montón de gente, pero es posible con un esfuerzo consciente integrar lo que nos hace mejores y dejar por un lado lo superficial. Es cuestión de práctica.